En tiempos
del virrey Melo, el principal colegio de Buenos Aires, donde estudiaban Moreno
y Rivadavia, entre otros, fue escenario de una toma por parte de estudiantes;
Las Heras fue cabecilla.
LA NACION
La comodidad
era una palabra desconocida en el Colegio San Carlos, ubicado en el terreno que
hoy ocupa el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1796, el San Carlos contaba
con cien alumnos pupilos, cuatro de los cuales eran becados. Las becas eran
para "hijos de pobres honrados", es decir, pertenecientes a las
familias que habían perdido su fortuna y lo único que mantenían era el
apellido.
En cuanto al
resto del alumnado, debían ser mayores de diez años e "hijos legítimos de
cristianos viejos, limpios de toda mácula [mancha] y raza de moros e
indios". En otras palabras, un verdadero pura sangre para los estándares
de la época. Utilizaban un uniforme de "color honesto" -así lo
indicaba el reglamento- con medias violetas o negras. Estaban prohibidos los
relojes. Y más prohibido aún, tener algún tipo de trato con los esclavos a
cargo de la deficiente cocina y de la invisible limpieza, "a fin de que no
se rocen con la gente baja".
El edificio
tenía dos pisos y los estudiantes vivían en el nivel superior, en cuartos
húmedos y fríos, ya que faltaban vidrios en las ventanas. Convivían con ratas,
pulgas y todo tipo de insectos. Los pupitres estaban muy averiados, incluso
carcomidos por los roedores. Lo cual nos permite deducir que la relación con
los criados estaba prohibida, pero el contacto con las ratas y las pulgas era
cotidiano y no preocupaba a las autoridades del colegio.
El antiguo
edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires. Foto: Archivo / Colección
Witcomb
La jornada
de estudio era intolerable: se iniciaba cuando los chicos asistían a misa -en
la capilla, junto a sus cuartos- a las cinco de la mañana en el verano o a las
siete durante el invierno. Y cuando hablamos de verano, cabe aclarar que los
alumnos tenían dos meses de vacaciones. Pero las pasaban en la pequeña chacra o
chácara que tenía el colegio en el lugar conocido como Chacrita o Chacarita
(que se encontraba donde ahora tenemos el barrio porteño de ese nombre). A sus
casas, los chicos iban poco y nada.
Luego de la
misa pasaban al sombrío comedor, donde les daban como desayuno cansadoras
raciones de pasas de uva. Recién entonces empezaban las clases. La actividad,
recordemos, se iniciaba a las cinco o siete de la mañana, culminaba a las diez
menos cuarto de la noche, cuando mandaban a los chicos a dormir en absoluto
silencio. El mismo silencio que debían guardar en tres intensas horas de
biblioteca. También había alumnos que participaban como oyentes. Fue el caso de
Mariano Moreno, quien allá por 1796 asistía a clases y luego se retiraba,
debido a que su padre no podía pagar los cien pesos que erogaban los pupilos.
Durante la
actividad en clases, el que no sabía la lección, además de una mala nota,
recibía azotes. Para los castigos, el colegio contaba con látigos, cepo y
grillos.
La severidad
que imponía el director Luis José Chorroarín era tal, que a algunos le daban
ganas de "ratearse". Pedro José Agrelo, futuro abogado y asambleísta
en 1813, se escapó cinco veces. Y cinco veces conoció el cepo escolar.
La noche del
28 de mayo de 1796 los chicos se rebelaron. El estudiante de quince años, Juan
Gregorio de Las Heras -luego jefe del Ejército de los Andes- proveyó las
piedras y los palos. Los jóvenes cercaron a los celadores, los golpearon y
tomaron a profesores de rehenes. Se situaron en el piso superior, desde donde
atacaron a unos pocos soldados que había enviado el virrey Pedro de Melo para
amedrentarlos y disuadirlos.
Entre los
alumnos se encontraban, aunque sin haber tenido una participación protagónica,
Bernardino Rivadavia, Vicente Fidel López, hijo del autor del Himno Nacional, y
Francisco Fernández de la Cruz, quien luego participaría en las batallas de la
Independencia. Entre los profesores, figuró el fraile Cayetano Rodríguez. En
cuanto a Moreno, estudiante aplicado y muy bien conceptuado por sus maestros,
no participó.
La rebelión
abarcó tres días. En cambio, el combate final duró pocos minutos. Fue cuando se
hizo presente el Regimiento Fijo de Buenos Aires, que actuó con energía para
poner fin a la toma del colegio.
Entre los
integrantes del cuerpo que reprimió a los rebeldes se encontraba el joven ex
alumno del San Carlos, Miguel Estanislao Soler. Veinte años después integraría,
junto con Las Heras, el comando mayor del Ejército Libertador creado por San
Martín.