sábado, 20 de agosto de 2022

Profesor de latín Carlos Alberto Ronchi March

IN MEMORIAM Semblanza de Carlos Alberto Ronchi March Ochenta y ocho años de pasión. Pasión es lo que ponía el Profesor Ronchi en todo lo que hacía. Detrás de la contención de su proceder cuidadoso y cortés, en cada conversación se descubría el ardor por el tema que trataba. A tal punto que era capaz de quedarse, portafolios en mano, narrando experiencias a su esposa Elsa, ni bien retornado al hogar. El 22 de febrero había cumplido esa edad. No llegó a ver el inicio del Bicentenario, porque falleció el domingo 23 de mayo. A pesar del cansancio de los años y de los problemas que habitualmente ellos acarrean, su charla seguía siendo firme. Reflexivo, analizaba todo con tanto detalle que a veces se hacía indeciso en pequeñeces. Vivía rodeado de libros en su refugio de Longchamps, siempre interesado en las novedades pero memorioso de los grandes hitos, no solo de la literatura sino también de la bibliografía y especialmente de sus ilustres maestros, colegas y gente de la cultura. No hace mucho me pidió que le fotocopiara unos artículos, sobre la problemática de la lírica, que le interesaba ver; siempre estaba gustoso de recibir el gran obsequio de un libro. Sus clases, desarrolladas a lo largo de cincuenta años en distintas sedes de la UBA, tenían no solo la virtud de mostrar su erudición y el amor por lo que hacía, sino la de despertar intereses y ofrecer orientaciones, más que presentar datos de manera sistemática. Con solo veinticuatro años de edad, gozando ya de una beca en Florencia, fue convocado por la Facultad de Filosofía y Letras para suceder a su maestro David Croce. Ganaría luego varias veces concursos docentes, por lo que fue titular de Lengua y cultura griegas IV y de Filología griega. Durante su larga estada en Hamburgo nació su hijo, a quien amó más allá de las palabras. La ciencia de Alemania siempre fue un modelo para él, pero supo aplanar las cimas alpinas que muchas veces quiebran el vínculo de aquella con su par peninsular, pues él valoraba profundamente la filología de los italianos. Giacomo Devoto y Giorgio Pasquali fueron maestros cuyos nombres, decires y anécdotas citaba frecuentemente; Carlo Alberto Mastrelli, quien hace pocos meses le dedicó un artículo-homenaje, Eugenio Coseriu, Bruno Gentili, Gabriel Bès, fueron colegas apreciados con los que mantuvo un trato constante; no menos los españoles Manuel Fernández Galiano, Martín Sánchez Ruipérez y Francisco Rodríguez Adrados. Fundador del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, que presidió durante diez años, fue designado miembro de número de dicha Academia el 14 de junio de 1979 en el sillón Carlos Guido Spano, en el que sucedió a Francisco Luis Bernárdez. Su conferencia de recepción, realizada el 22 de abril de 1982, versó sobre "Dioniso y el dios de Delfos: la imagen de lo apolíneo en Grecia antigua", excelente discurso al que nunca dio una versión final para su publicación, tantas veces requerida: su perfeccionismo podía llevar a ocultar producciones de valor. Empero, fue autor de más de setecientos dictámenes sobre problemas del castellano en la Argentina y sobre vocabulario científico y técnico en nuestra lengua, preparados para la Academia Argentina de Letras, los cuales han sido publicados oportunamente en su Boletín y reunidos luego en cuatro volúmenes titulados Acuerdos acerca del idioma (Buenos Aires, 1984-1986). Precisamente estos intereses hacían que Ronchi tuviera reacciones ardorosamente apasionadas (de nuevo), toda vez que algún periodista fundaba sus argumentaciones en falsas etimologías. Publicó, además, artículos de filología griega en revistas especializadas. Su última aportación fue un breve estudio, aparecido dos meses antes de su fallecimiento, que dedicó como homenaje a su antigua colaboradora en el Departamento de Investigaciones Filológicas, la Profesora Amalia Nocito. Representó a la Academia en encuentros internacionales celebrados en México, San Pablo, Puerto Rico, Caracas, Costa Rica, Montevideo, Madrid, Florencia; también representó al país en el congreso de la lengua realizado en Budapest. Fue asimismo miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Su notable cultura y erudición sobre muy diversas disciplinas, la responsabilidad y compromiso con que emprendía sus tareas, lo valioso de sus logros, lo hicieron merecedor de variados premios: la Medalla de Oro del Colegio Nacional de Buenos Aires por su semblanza sobre Sarmiento; el premio Antonio Lamberti de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; la Medalla Cultural de Oro, otorgada por el Gobierno de Italia; el Diploma de Honor, por Venezuela; el Premio Platino en Filología y Lingüística, concedido por la Fundación Konex; la condecoración de la Orden de Honor, por parte del Gobierno de Grecia. Una vez retirado de la docencia regular, la Universidad de Buenos Aires lo nombró Profesor honorario en 1996. Fue miembro del directorio de EUDEBA (1965-1966), concretó convenios en representación de la UBA ante las Universidades de Oxford y de Atenas (1981), dictó conferencias en las Universidades de Heidelberg, Munich, Hamburgo, Bonn y Florencia. Actuó durante dos semestres como profesor invitado-visitante en la Universidad de Heidelberg, donde entonces trabó contacto con el eminente filósofo Hans Georg Gadamer y otros grandes; en la Academia de Ciencias de Göttingen tuvo trato con el premio Nobel Werner Heisenberg. En el ámbito de nuestro país, fue designado Profesor honorario de la Universidad Nacional de San Juan y se desempeñó como asesor de varias publicaciones específicas de su campo de estudio. Su carrera como investigador científico lo llevó a la categoría de Investigador Principal en el CONICET, donde además desempeñó tareas de gestión, defendiendo siempre en ese ámbito el merecido lugar que la filología, la lingüística y la literatura deben tener entre las ciencias humanas, tema que retomó, en septiembre de 2009, en un discurso que envió a la Academia Argentina de Letras. Entre esas apasionadas palabras dijo "He sido durante toda mi vida y siento que lo sigo siendo, a pesar de la disminución que entrañan los altos años, un profesor de alma". A esa alma tan generosa y a la vez conflictuada por su insaciable aspiración a lo perfecto, dedicamos este recuerdo, humilde homenaje al que, seguramente, adherirán otros discípulos que tuvieron la valiosa experiencia de conocer las ricas facetas de la personalidad de Carlos A. Ronchi March. Pablo A. Cavallero UBA-CONICET ---------------------- Carlos Alberto Ronchi March Premio Konex de Platino 1986: Lingüística y Filología Nació el 26/02/1922. Premio Konex de Platino 1986. Título de Profesorado de Filosofía (UBA). Profesor Honorario de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y de la Universidad de San Juan. Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (PK), en la especialidad de Filología Clásica. Miembro de la Academia Argentina de Letras. Fue Director del Departamento de Investigaciones Filológicas de la Academia Argentina de Letras. Miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua y de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y Venezuela. Profesor Visitante en la Universidad de Heidelberg Alemania e Investigador invitado en la de Habsburgo. Autor de numerosos estudios, artículos y traducciones sobre lingüística y literatura griegas y de más de 700 dictámenes sobre problemas del castellano en la Argentina y sobre vocabulario científico y técnico en nuestra lengua. Condecorado con la Orden de Honor por el Gobierno de Grecia (1988) ---------------------- Siete disertaciones respecto de la vida de Ronchi en youtube ( Homenaje al académico Carlos Alberto Ronchi March ) https://www.youtube.com/watch?v=HM8Yd2Ua93Y ------------------------

miércoles, 16 de marzo de 2022

 

Nacional de Buenos Aires: el instituto que fue creado para “aprender todo” y al que bautizaron “el colegio de la Patria”

Pasaron 159 años de la creación del Colegio Nacional de Buenos Aires. En sus aulas se formaron presidentes, legisladores, funcionarios y premios Nobel y su evolución acompañó el nacimiento y el desarrollo del país. Historia de un establecimiento emblemático y la magnética personalidad del rector Amadeo Jacques

El francés Amadeo Jacques fue un rector muy querido y recordado en la institución
El francés Amadeo Jacques fue un rector muy querido y recordado en la institución

Era alto, corpulento, de andar un tanto lento y descuidado. Siempre vestido de negro, era prácticamente calvo y de espesas cejas negras sobre sus ojos claros y un tanto hundidos. Nada lo sacaba más de quicio que sorprender a un alumno dormido, los murmullos en la calle o el descubrir una revista abierta debajo del pupitre. “No puedo con mi temperamento”, repetía para justificar sus ataques de cólera.

Amadeo Florentino Jacques había nacido en París el 4 de julio de 1813. A los 24 era doctor en Letras, recibido en La Sorbona y tiempo después licenciado en Ciencias Naturales en la Universidad de París. Por sus ideas republicanas, Napoleón lo obligó a exiliarse junto a personalidades de la talla de Tocqueville, Quinet, Michelet, Victor Hugo y Jules Simon. Fue el único que eligió América y se radicó en Montevideo, donde se las arregló para sobrevivir como retratista y organizando una clase libre de física experimental. La miseria de la que no salía lo llevó venir a la Argentina, donde deambuló por varias provincias. Fue agrimensor, fotógrafo, retratista, panadero y hasta se dedicó a cultivar caña de azúcar. En Santiago del Estero se casó con Benjamina Martina Augier.

Peleado con su suegro, se radicó en Tucumán donde lo nombraron director del Colegio Nacional. Entre 1858 y 1862 Jacques proyectó dotarlo de un museo, un laboratorio de química, una estación meteorológica y una biblioteca pública. El colegio fue el primer establecimiento de enseñanza superior que la provincia y sus planes sirvieron de base para lo que después sería la Universidad de Tucumán.

Renunció en septiembre de 1860 y el vicepresidente Marcos Paz le ofreció un puesto de profesor en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Dirigía el establecimiento el sacerdote José Eusebio Agüero, ese anciano bueno y cariñoso que había sido capellán del ejército del general José María Paz. Cuando falleció en 1864, Jacques pasó a ser el rector. Ya era profesor de física en la UBA.

Antigua fachada del Colegio Nacional de Buenos Aires. Fotografía publicada en la revista Caras y Caretas
Antigua fachada del Colegio Nacional de Buenos Aires. Fotografía publicada en la revista Caras y Caretas

Llegaba todos los días a las 9 de la mañana y si algún profesor faltaba, preguntaba por cuál punto del programa iban, y continuaba con el siguiente contenido. Así con todas las materias, menos con el inglés. Jacques fue el que formuló un programa completo de bachillerato en ciencias y letras.

“El Estado debe la educación al pueblo”. A partir de ese principio que hizo suyo, el presidente Bartolomé Mitre firmó el 14 de marzo de 1863 el decreto 5447 de creación del Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre la base del Colegio Seminario y de Ciencias Morales. Se cursaban letras y humanidades, ciencias morales y ciencias físicas y exactas. En base a un proyecto educativo en el que Eduardo Costa, ministro de Instrucción Pública tuvo mucho que ver, se buscó la formación del individuo por medio de la cultura general para responder a las exigencias de la vida argentina.

Mitre había quedado impresionado gratamente cuando conoció el Colegio del Uruguay, fundado por Justo José de Urquiza y más aún cuando supo que los ingresos de las aduanas de Entre Ríos serían destinados a su sostenimiento. Lo primero que dispuso Mitre fue el otorgamiento de 40 becas para niños del interior de escasos recursos. Lo de las becas no era nada nuevo, porque el Colegio Nacional de Buenos Aires traía una larga y rica prehistoria.

Amadeo Jacques le imprimió un impulso transformador a la enseñanza introduciendo las nuevas ideas cientificistas que provenían de Europa y planeando la educación a partir de una enseñanza que buscaba preparar al alumno para “aprender todo”.

Durante el gobierno de Bartolomé Mitre quedó fundado el Colegio Nacional de Buenos Aires
Durante el gobierno de Bartolomé Mitre quedó fundado el Colegio Nacional de Buenos Aires

Junto con Juan María Gutiérrez preparó una obra de suma importancia, el Plan de Instrucción Pública, que tuvo importante influencia en los planes educativos. Fue además profesor de física experimental y química, y escribió un Curso de Filosofía, editado en Francia, que fue base de la enseñanza de esa disciplina en Argentina.

Todo sucedió en la llamada “Manzana de las Luces”, actualmente comprendida entre las calles Perú, Alsina, Bolívar y Moreno. Esa denominación surgió de la pluma del periodista del periódico El Argos, publicada en su edición del 1 de septiembre de 1821. En ese predio, los jesuitas habían construido el templo de San Ignacio y también contaban con un depósito donde almacenaban los productos generados por las distintas misiones esparcidas en un vastísimo territorio que aún no era virreinato. Allí comenzó a funcionar el Colegio de San Ignacio que cerró sus puertas con la expulsión de esa orden religiosa, en 1767.

El colegio cuenta con una impactante biblioteca
El colegio cuenta con una impactante biblioteca

Luego, el virrey Juan José Vértiz dispuso en 1772 la apertura del Colegio de San Carlos, que contaba con una capacidad para 60 internados. Su primer director fue el cura Juan Baltasar Maziel. Cornelio Saavedra, futuro presidente de la Primera Junta, cursó hasta 1776, el año en que egresó Juan José Paso. También pasaron por sus aulas en aquellos tiempos Mariano Moreno, promoción 1796, el clérigo Manuel Alberti, egresado en 1781 y Juan Martín de Pueyrredón, en 1795, entre tantos otros.

Luego de 1810 el colegio estuvo inactivo y sus instalaciones muy deterioradas, porque primero con las invasiones inglesas y hasta 1810 se usaron como cuarteles de tropa. Allí, en diciembre de 1811, en las dependencias que ocupaba el Regimiento de Patricios, tuvo lugar el famoso “Motín de las Trenzas”.

En 1817 el director y ex alumno Juan Martín de Pueyrredón dispuso reorganizarlo bajo el nombre de Colegio de la Unión del Sud. La inauguración, prevista para el jueves 9 de julio de 1818 debió postergarse para el 16 por las intensas lluvias de esa semana. Previo Te Deum en la Catedral, la ceremonia de inauguración fue en San Ignacio. El diario La Gaceta escribió que era la obra más grande del gobierno. Se otorgaron 47 becas, gracias al aporte de particulares y de funcionarios del gobierno y militares, que donaron entre el 1 y el 3% de sus sueldos para ese fin.

Histórico: Albert Einstein, en 1925, cuando brindó una serie de conferencias
Histórico: Albert Einstein, en 1925, cuando brindó una serie de conferencias

Los requisitos para ingresar eran tener, por lo menos 10 años, y estar instruidos en las primeras letras. En la ceremonia de admisión, los alumnos, con su mano derecha apoyada en los Evangelios, debían hacer un juramento. El régimen era estricto: debían confesarse y comulgar, estaba prohibido llevar armas, jugar a los naipes o a los dados, entrar a otras habitaciones y, por supuesto, leer libros contrarios a la religión, al Estado y a las buenas costumbres.

Tenían dos meses de vacaciones, y quince días al año los alumnos debían pasarla en la casa de campo del colegio, en la famosa Chacarita de los Colegiales. Situado en el camino de las carretas entre Buenos Aires y Luján, era un inmenso predio de 2700 hectáreas, cuya entrada estaba ubicada en la actual avenida Luis María Campos. De una legua y media de profundidad, casi llegaba a lo que hoy es Ramos Mejía. En el campo veraneaban tanto alumnos como profesores, pero también se trabajaba en la siembra de trigo, de hortalizas y en la cría de ganado. Durante el gobierno de otro ex alumno, Bernardino Rivadavia, se dispuso la creación en 1826, del pueblo de Chorroarín. Luego, en la época de Rosas, se lo usó como lugar de cautiverio de indígenas.

A esa altura, en “La Manzana de las Luces” funcionaba además del colegio, la Universidad de Buenos Aires (fundada el 12 de agosto de 1821), la biblioteca pública, las academias de Dibujo, de Inglés y de Francés. También tenía sus oficinas el Tribunal de Cuentas y el Archivo General.

Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia, tres exalumnos que hicieron historia, cada uno a su manera
Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia, tres exalumnos que hicieron historia, cada uno a su manera

En 1823 la institución pasó a llamarse Colegio de Ciencias Morales. Rivadavia, como ministro de Gobierno, dispuso el otorgamiento de 6 becas por provincia para alumnos de escasos recursos del interior. Uno de los que se postuló fue el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, quien no resultó seleccionado. El que tuvo suerte fue el tucumano Juan Bautista Alberdi, pero sería expulsado el 9 de diciembre de 1824 por el rector Miguel Belgrano (hermano del creador de la bandera) “por su aversión al estudio”, y porque lo único que le interesaba era la música.

Cuando Juan Manuel de Rosas llegó al poder, adujo problemas presupuestarios y se desligó del colegio pasándoselo a los jesuitas. En 1848 volvió a abrir con el nombre de Colegio Republicano Federal, dirigido por Marcos Sastre. Con la caída del rosismo, Pastor Obligado lo transformó en el Colegio Seminario de Ciencias Morales.

Después de 1865, el colegio fue reciclado, lo que permitió ampliar su matrícula. En 1876 se había suprimido el internado. El edificio original, que había comenzado a construirse en 1661, sufrió diversas modificaciones. Fue ampliado entre 1884 y 1885. Finalmente, el antiguo edificio se demolió y la nueva construcción comenzó en 1908. Se inauguró el 21 de mayo de 1938 y fue declarado monumento histórico nacional en 2016.

Antes de su actual denominación, el colegio, cuya historia se remonta al virreinato, tuvo varios nombres. Fue levantado en la Manzana de las Luces, centro de generación del conocimiento en Buenos Aires.
Antes de su actual denominación, el colegio, cuya historia se remonta al virreinato, tuvo varios nombres. Fue levantado en la Manzana de las Luces, centro de generación del conocimiento en Buenos Aires.

Se necesitaría mucho espacio para enumerar a las personalidades de los diversos ámbitos, que se formaron en las aulas del colegio “Nacional Central”, como se lo llamaba a fines del siglo 19. Presidentes como Roque Sáenz Peña; Carlos Pellegrini; Marcelo T. de Alvear y Agustín P. Justo. Funcionarios, desde Bernardo de Monteagudo, Manuel J. García, pasando por Aristóbulo del Valle, Luis María Drago, Amancio Alcorta, Estanislao Zeballos, hasta Carlos Corach, Roberto Alemann y Martín Lousteau, entre tantos otros. Gobernadores como Juan Gregorio Las Heras, Manuel Dorrego, Martín Rodríguez, Antonio Aberastain, Nicasio Oroño y José Luis Cantilo. Médicos de la talla de Guillermo Rawson, Juan Argerich, Ignacio Pirovano, Luis Agote, Alejandro Korn, José Ingenieros, Enrique Tornú, Salvador Mazza o Florencio Escardó, por mencionar a algunos. Cientos de científicos, investigadores, de renombre internacional, se formaron en el colegio, como fueron el caso de Carlos Saavedra Lamas y Bernardo Houssay, Premios Nobel, de la Paz el primero y de Medicina el segundo.

Hasta Fernando Abal Medina, Carlos Ramus y Mario Firmenich, fundadores de Montoneros. Hay 108 alumnos y ex alumnos del colegio víctimas de aquella violenta década del setenta. Y si testimonios faltan, hay interesantes recuerdos que Miguel Cané plasmó en su obra “Juvenilia”, de la época en la que fue alumno, entre 1863 y 1868.

En Juvenilia, el ex alumno Miguel Cané pinta un memorable retrato de su vida de su estudiante en el colegio.
En Juvenilia, el ex alumno Miguel Cané pinta un memorable retrato de su vida de su estudiante en el colegio.

En su aula magna de 11 metros por 30, se destaca un órgano alemán de 1919 de 3600 tubos. En ese ambiente, disertaron las más variadas personalidades, tanto del país como del extranjero, como fue el caso de Albert Einstein, en 1925, donde brindó una serie de conferencias y fue distinguido con un doctorado honoris causa. El científico escribió que “la juventud es siempre agradable y se interesa por las cosas”.

Sería otro ex alumno, Roque Sáenz Peña quien como presidente, firmaría en 1911 el decreto que estableció la anexión del Colegio Nacional de Buenos Aires a la Universidad de Buenos Aires. Para entonces, el poeta Ricardo Rojas, que llegaría a ser rector de la UBA, lo definiría como “el colegio de la Patria”.

La sorpresiva muerte de Amadeo Jacques el 15 de octubre de 1865, producto de un derrame cerebral, causó honda impresión en los alumnos por el aprecio que le habían tomado. Ellos fueron los que llevaron a pulso su ataúd al cementerio y los que colaboraron para erigir un monumento en su memoria en la Recoleta.

Es que fue un maestro que había dejado huella en un colegio que había hecho historia.

Fuentes: El Colegio Nacional de Buenos Aires, de Gustavo A. Brandariz. Dibujos de Carlos Moreno. Fotos de Carlos M. Blanco. Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces. Buenos Aires, 2010 – Juvenilia, de Miguel Cané - Rectora Lic. Valeria Bergman